La humanidad fue calificada de “doliente” por el Inmortal Papa Pío XII. Uno de los puntos bases del cristianismo es la prédica del amor hacia el prójimo, la compasión por el dolor de nuestros hermanos; el abrir de par el corazón para los que, cargados de sufrimientos –productos del pecado original–, transitan los duros caminos de la vida.
En las concentraciones del Nuevo Circo acuden miles y miles de seres humanos en busca de un lenitivo para su salud maltratada. Es el anciano que en el ocaso de la vida quiere sentir de nuevo aires de edad viril –al menos– para sus órganos cansados en las luchas por la existencia; es el niño que sufre de la parálisis o de cualquier otro mal, y anhela que desaparezcan de su cuerpo los estorbos para su vida que comienza; es la madre que, cargada de hijos, quiere la salud para poder asistir a las diarias tareas del hogar. En fin, es un desfile interminable de tullidos, paralíticos, dementes, enfermos de toda clase que anhelan la salud.
Pero, una vez que asisten a las reuniones del Nuevo Circo y ven iguales sus miembros, idénticos sus males, se cargan de una tremenda amargura que aumenta más esos males y trae un sobrecargo de sinsabores por la burla al dolor humano.
En el Nuevo Circo se hace burla del dolor humano. Y no lo digo por mera afirmación. En estos mismos días, al tomar la curva del trébol de la Hoyada para entrar a la avenida Fuerzas Armadas, venía un grupo de personas. Unas ancianas, unos niños cargados por sus familiares. Detuve mi camioneta y les pregunté: “¿Ya han sido curados?” “¡Qué va, padre! Eso es un engaño. Uno viene desde lejos con la esperanza de que le hagan el milagrito, y pura habladera del musiú ese. Que si la fe pa arriba, que si la fe pa… Claro que yo tengo fe; pero la puntá que me tiene loca –decía la anciana– no se me quita por nada. Lo único que me la calma son las pastillas que tomo…” Y nombró un producto farmacéutico.
Una madre, que allí mismo estaba con su niño a cuestas como una dulce cruz, me dijo, con sobresalientes muestras de disgusto: “¡Pero, padre, tanta propaganda para nada! Mire a mi pobre hijo. Tiene un color jipato (pálido) que da lástima, no come, se la pasa triste… Vine a buscar un milagro… Tengo tres noches viniendo… y ya ve… nada, el milagro no llega.”
No pude sino sentir dentro de mi alma sacerdotal un profundo dolor ante el dolor humano explotado por elementos sin conciencia que, pensando con mentalidad de brujos, intentan sanar los males que aquejan a la doliente humanidad, en una feria de circo titiritero.
Es un crimen burlarse del dolor humano. Ofrecer curaciones que no se dan y si algo ocurre es el factor sugestivo que acciona, como puede funcionar en cualquier otro acto que no es, precisamente, por arte del milagro.
Es una obligación de caridad aliviar el dolor humano. A eso tienden las muchísimas congregaciones católicas de hombres y mujeres que, regados por todos los ámbitos del mundo, atienden al dolor en hospitales, leprocomios, asilos de niños, de ancianos, casas de maternidad, casas cunas, jardines de infancia… De la preocupación por el dolor humano han salida esos atletas del catolicismo –cito solamente a Venezuela–, el padre Machado, el doctor José Gregorio Hernández, la madre María, la madre Emilia y una legión interminable.
En el Nuevo Circo se especula con el dolor humano. De ese dolor del cual dijo bellamente Carlyle: “Buen predicador es el dolor. Ha convertido a muchos que se negaron a oír a otros. Es un bautista en el desierto, que tiene la misión de preparar los caminos del Señor. Muchos no hubieran podido encontrar el sendero que lleva a la casa paterna, sin la guía y el cayado del dolor. Muchos logran la luz de la fe a través de las tinieblas de los padecimientos. En cuanto cae la noche, reaparecen los estrellas.”
Hay que respetar el dolor.
[?] –Por eso estas jornadas impregnadas de religión, de misticismo, de oración, de concentración, de profunda meditación, de re-encontrarnos a nosotros mismos, de dedicar unos minutos o unas horas a cosas distintas de la agitada vida de todos los días; por eso, repetimos, esas jornadas las recibimos con alivio y las alentamos. Hacen falta, por su variedad y su hondo contenido, para que la mente ocupada en tantos ajetreos y tanto egoísmo, en tanta lucha y desesperación, tenga un descanso y una oportunidad de comprobar que no todo es materialismo, que hay algo de lo que nos hemos ido alejando con los años y que no es difícil volver a encontrar. Nos demuestran que esa fe existe, que se debe buscar… y que se puede encontrar. Busquémosla, por favor, en beneficio de los demás y de nosotros mismos… para mayor comprensión para mejor vivir, para ser menos egoístas y para mejor disfrutar de nuestro paso por la existencia que se nos ha dado a seguir.