La multitud reunida el domingo 16 en Los Próceres en atención al llamado del Padre Peyton, fue la clara muestra del auge que en Venezuela ha alcanzado la fe católica. No obstante esa supremacía católica, en el Nuevo Circo de Caracas se congregan enormes cantidades de personas atraídas por la palabra del evangelista puertorriqueño Eugenio Jiménez.
Lo que logra Jiménez es un espectacular movimiento de masas que todas las noches, a despecho de la lluvia torrencial o del sol inclemente y aún de las advertencias de las autoridades eclesiásticas, que califican el hecho de “Mercado de Milagros al por mayor”, se produce indefectiblemente.
La finalidad perseguida por el heterogéneo grupo no es otra sino escuchar la palabra ardiente del predicador evangelista Eugenio Jiménez Rivera, quien promete a todos devolver por gracia de Cristo la salud y la tranquilidad perdida.
Hay rostros infantiles, adolescentes, adultos los más, hombres y mujeres, baldados y con otras muestras visibles de enfermedad, todos movidos por una íntima y profunda esperanza de ver producido el milagro divino. Sus expresiones son patéticas, semi-convulsas, cuando la voz del Hermano Jiménez se propaga en ondas que penetran todas las almas.
Pero en realidad no todos acuden con idéntico interés. Muchas de estas personas lo hacen en respuesta a la irresistible tentación de “curiosear”, aunque con la seriedad des escéptico que respeta las ajenas ideas. Otros en cambio van con el exclusivo propósito de obtener a costa de aquellos a quienes califican de ignorantes, blancos de diversión. Y todavía hay una tercera categoría formada por individuos que restan toda importancia al hecho en si, que llevan la predisposición de irrespetar a las damas con toda gama de palabras y actitudes obscenas, mientras aguardan la oportunidad para ejercitar con éxito manías cleptómanas, al amparo de la escasa vigilancia policial y a la cual poco ayuda la imposibilidad real de identificar al agente del delito entre la nutrida concurrencia.
Sin embargo, los humildes de la clase popular cuyo único patrimonio es la fe, forman mayoría. No les preocupan las opiniones adversas de los ilustrados, ni atienden las prohibiciones de los sacerdotes católicos que con[or]den calidad de calidad de feria circense al espectáculo del Nuevo Circo. Ellos padecen estrechases económicas y soportan cargas que difícilmente trascienden fuera de su esfera, ya que en el exiguo presupuesto familiar no hay lugar para la suma que requiere la consulta de un facultativo cuando están enfermos. Y la vida a pesar de todo es amable ya que no pueden consultar un médico, confían en obtener por medios metafísicos la salud que se les niega.
Todas estas razones contribuyen a explicar por qué se abarrota el Nuevo Circo.
El pasado 14 de julio hizo un mes desde que el predicador evangelista, haciendo uso de un lenguaje al alcance de todos, sencillo y firme, viene cautivando a su numeroso auditorio bajo la promesa de que serán curados en [x] en condiciones idóneas (muchedumbres histéricas), como le siquiatra y aún por autosugestión. De otro modo no admiten la posibilidad de curar, a no ser por los procedimientos usuales de la Medicina.
Por otra parte la Iglesia Católica se ha opuesto, su penal de excomunión, a que los fieles se presten al éxito de estas manifestaciones.
No obstante lo discutido del tema las gentes acuden a escuchar la prédica del Pastor Evangélico. Son sus mejores propagandista. Sea temporal o no, lo cierto es que confiesan sentir un gran alivio. Su emoción es inmensa cuando tratan de reproducir las palabras y los gestos del “Enviado de Dios”.
Quizás tengan razón los que atribuyen el fenómeno a vulgar aprovechamiento de la ignorancia popular, factible en una ciudad como Caracas, donde un elevado porcentaje de sus pobladores es de origen provinciano, con más propiedad, hijos del campo. Pero contra la opinión mayoritaria no hay explicación valedera, máxime cuando no ven en el conferencista intenciones perniciosas que les induzcan por caminos opuestos a sus creencias religiosas.
Simplemente, creen que Dios hará el milagro de sanarles.
A eso van. Y seguirán yendo noche a noche.