(foto) Miles de personas han llenado al Nuevo Circo durante varios días, para escuchar al joven Jiménez.
(foto) El joven portorriqueño Eugenio Jiménez tiene indudablemente un gran poder de sugestión. La gente le escucha con atención, dispuesta a corear sus lemas.
(foto) Cuando tenía 14 años era ya predicador, y la gente le puso en Puerto Rico, un nombre de torero: “El Niño Prodigio”
Se hace el silencio en el Nuevo Circo. Sobre la tribuna hay dos grandes cartelones. El redondel está lleno de gente, lo mismo que los tendidos, los palcos, las barreras y contrabarreras. Un joven sube a la tribuna. Viste de oscuro. Alza la mano. Si no fuera porque la masa nos rodea es de una clase especial, se diría que va a comenzar un mitin político. Pero no pasa nada de eso: las gentes que llenan el Nuevo Circo son masas hambrientas, pero no de doctrina política, sino de salud. Allí hay cojos, paralíticos, sordos, mudos, tuberculosos, enfermos mentales. Casi todos vienen acompañados de sus familiares, que empujan las camillas de ruedas, ayudan a incorporarse a los que no pueden pararse y hasta llevan en hombros a los niños poliomielíticos. En los cartelones la propaganda que se lee es ésta: “Nada es imposible” y “Creo en Jesús”. El silencio se rompe. El joven comienza a hablar. Repite incesantemente una misma frase: una vez, dos veces, diez veces. Después la gente corea el mismo lema. Es gente que quiere curarse, que está desesperada, que está totalmente desahuciada. El joven que habla a la multitud es un pastor evangélico portorriqueño. Llegó a Caracas el día 11 de Junio. Su habitación del Hotel Tamansco se ha visto sometida a un asedio constante. Se llama Eugenio Jiménez Rivera, tiene 26 años, nació en Puerto Rico y ha viajado por Estados Unidos, Canadá, México y Colombia. Ahora marchará a Portugal e Inglaterra. Es predicador desde los 14 años. Entonces le llamaban “El Niño Prodigio”. Cursó estudios en las Escuelas Superiores boricuas, y sus lecturas preferidas son Platón y las Sagradas Escrituras. Tiene sobre las multitudes un indudable poder de sugestión. Arrastra las masas. Cuando levanta el brazo, la gente que llena el Nuevo Ciro hace lo mismo. Cuando el coro se calla, él pide a las gentes que tengan fe: “Yo no curo –dice–, la fe en Cristo, si”. Después, cuando todo ha terminado, la gente vuelve a sus casas. La autopista se llena de automóviles, la Avenida Simón Bolívar se congestiona. Las cornetas surcan los aires. En el Nuevo Circo se queda el joven Eugenio Jiménez Rivera, dando a los periodistas la misma explicación todos los días: “No soy un brujo ni un iluminado ni un curandero”.