No hay que confundir lo religioso –que no es ilógico– con lo mágico. Pese a toda una larga experiencia de desencantos en el terreno de la magia, todavía abundan los que esperan maravillas de estas trácalas. Las prácticas religiosas y las mismas oraciones que más popularidad tienen entre cierta gente no son las clásicas, bien probadas y tradicionales –incluyendo la compuesta por el mismo Señor Jesucristo–, sino aquellas que brindan mayores novelerías o las que ofrecen mayor complicación o las que –por un descuido de la censura eclesiástica o eludiéndola– aconsejan usos de aguas con medallitas adentro, etc.
Fuera del terreno religioso, una observación semejante podría hacerse en lo referente a medicinas. Creo que un médico se haría rápidamente rico si se limitara a recetar menjurjes que deban de ser ingeridos a plazos exactos, una hora y siete minutos y medio antes o después de cada comida, y con la circunstancia expresa de que la ingestión tenga que ser a la luz del sol, cerca del luego, bajo una mata de mango y mirando al sur Esta es la realidad. A la gente le gusta eso.
Hay que ver los espectáculos que diariamente se organizan, no ya en el Nuevo Circo, a propósito de un predicador pentecostal pa[r]ado de maraca, sino el Cementerio General del Sur, ante ciertas tumbas, señaladas anticipadamente como “milagrosas” y a propósito de ciertas aguas de dudosa asepsia calentadas al sol.
La tendencia hacia la magia de ese desorientado, ineducado y nada instruido sentimiento religioso de algunas gentes llega al monstruoso extremo de atribuirle santos patronos al mismo ejercicio de la prostitución y naturalmente, señalar a cierto “siervo de Dios” muy de moda como “celestial patrono y abonado” de las mujeres divorciadas que andan buscando un segundo marido por detrás de la Iglesia…
A cualquier cosa la gente llama milagro. A mí me llaman “incrédulo” porque sólo creo lo que afirman el “Credo”, el Símbolo “Quicumque” y la Santa Madre Iglesia. Y es bastante. Nada más. Soy muy remolón para creer en milagros y mucho más para admitirlos. Incluso, me impresionan mucho más los milagros llamados morales (por ejemplo, que Khrushchev reciba la primera comunión) que si yo “pegara al 5 y 6” en el dudoso caso de que algún domingo se me ocurriera apostar a los caballos.
Este fenómeno venezolano es muy viejo. El difunto Arzobispo Nicolás Eugenio Navarro, muy duro para “creer” en cierto tipo de visiones, milagros, santos y “devociones”, escribía así hace muchos años: “Hemos contemplado a menudo, llenos de asombro, rebosantes de indignación y avergonzados hasta más no poder, espectáculos de ingenua y hasta podría decirse “simplona” credulidad provocados por individuos o sucesos que no resistirían, sin embargo, al menor toque de una sesuda crítica”. ¿Y nos extrañamos de lo que ha ocurrido en el Nuevo Circo? Lo más grave es lo que, más adelante, apunta el escritor citado, que es, por cierto, la pura verdad: “No son tan sólo las pobres gentes a quienes una ignorancia crasa puede excusar de su fe en embaucadores y visionarias, mayormente en materia de pretensas milagrosas curanderías, sino también las que alardean de ilustradas o de alta prestancia social que, mientras desdeñan las puras prácticas de la Religión, se enredan en las idioteces de cualquier improvisado obrador de virtudes y favorecen desatinadamente sus locuras, y así contribuyen con la mayor eficacia a la deformación de la conciencia popular… La Iglesia guarda extremada cautela de casos prodigiosos, por más fidedignos que parezcan, para emitir un concepto siquiera de probabilidad a su favor…”
Hablando el domingo pasado sobre el “show” del Nuevo Circo, Mons. Jesús Maria Pellín decía, en relación con estas “curaciones”, que bien “podían ser por razón hipnótica –no milagrosa– o, lo más probable, pudo no haber tales curaciones”… “La palabra milagro –añade Mons. Pellín– se reserva a un hecho que se produce por la fuerza sobrenatural mediante la intervención de Dios, lo que no se puede comprobar sino después de examen médico antes de la enfermedad, durante la enfermedad y después del tiempo requerido para saber si hubo la curación. Parece mentira que se presenten hechos como si fuesen reales y efectivos, cuando ni un solo médico ha testamentado que hube allí curación, cuando no han pasado ni siquiera dos días para saber si la curación es efectiva o no. El milagro se da: pero no en la forma espectacular que se describe”.
Y, por favor, que a nadie vaya ocurrírsele ahora que las autoridades deben intervenir en eso. Si las autoridades intervienen policialmente, sería buscarle la aureola que le falta al predicador pentecostal. La policía escasea escandalosamente en Caracas y tiene mil cosas en que debiera actuar con suma urgencia y, sin embargo, no puede o no quiere actuar.
J.F.H.